miércoles, 16 de octubre de 2013

15 Y ahora, ¿qué vamos a hacer?

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La extraña memoria

Alguien tendría que explicarme porqué hay cosas que se nos quedan tan grabadas. Imagino que como el ordenador está hecho a nuestra imagen y semejanza, y cada generación se nos parece más, en él podemos ver una burda analogía. Por ejemplo, se descubrió que había que usar un salvapantallas porque las imágenes se quedaban en la pantalla de forma indeleble. Los cajeros automáticos más antiguos tienen todavía esas marcas. A nosotros se nos quedan las imágenes de igual manera. El otro día alguien me contaba que hace muchos años jugaba al Tetris, pero lo dejó un día en que se fue a dormir y no podía dejar de pensar en las fichitas que bajaban y se encajaban, bajaban y se encajaban y eso le causó gran desasosiego. 


Nuevamente, los tres canales

A veces, las imágenes que parecen atacarnos cuando cerramos los ojos y abrimos la pantalla interna no proceden del cine ni la tele ni de un espantoso libro de medicina, sino de la vida real, como si hubiésemos tomado una fotografía de la escena. Las palabras también se quedan registradas y sólo basta oír cómo un niño que está aprendiendo a hablar de repente repite una frase que ha oído con exactamente la misma entonación con que la oyó. Lo maravilloso es que además la dice en el momento adecuado, como si también hubiese registrado las emociones que iban asociadas a esas palabras en el momento en que las guardó. ¿Y las sensaciones? Muchas veces basta con que toquemos una parte de nuestro cuerpo para que aparezca como un flash una escena asociada a ese contacto. Algunos de los que crecimos en la época de las collejas tenemos un rechazo a que nos toquen la cabeza: en muchas de las células de nuestro cuero cabelludo están grabados aquellos coscorrones, que con frecuencia acompañaba alguna palabra de castigo para fijar aún más la memoria auditivamente.


El grabador

Aunque nos parezca que no es así, somos un grabador ambulante. Guardamos todo con imagen, audio y sensaciones. Quizá no seamos capaces de recuperar ese recuerdo de forma consciente, pero es de todos conocido que con hipnosis se puede conectar con ese banco de datos. Sin necesidad de recurrir a un hipnotizador también se puede recobrar mucho de lo que creíamos olvidado. Una vez, en un curso de escritura creativa, nos propusieron un ejercicio que consistía en cerrar los ojos y recorrer con la mirada interna un sitio de tu casa de la infancia. Con sumo escepticismo porque hacía más de treinta años que la había visto por última vez, elegí la cocina: amplia y cómoda, era el centro de la actividad de la familia. No os voy a aburrir ahora, pero podría describir con precisión cada uno de sus rincones, desde la ventana que daba al jardín hasta la puerta del comedor de diario, tras la cual se colgaban los escobillones y los trapos de repasar los muebles. Más interesante aún, con el ejercicio se despertaron también una gran cantidad de recuerdos que habían tenido lugar entre sus paredes y las sensaciones asociadas a ellos. 


Eliminar el trauma

En otra ocasión, en un taller dedicado a eliminar traumas, reviví una situación docenas de veces hasta descubrir que lo que me turbaba de aquel recuerdo borroso era que le había modificado el audio. 
En 1955, durante la revolución que destituyó a Perón, mi madre estaba sola con nosotras tres en casa. Se oían los ruidos del bombardeo y los vecinos de la casa de enfrente vinieron a llevarnos a la suya para que no estuviésemos solas. Un amigo de mis padres me sacó de la cama donde dormía y me llevó apretada contra su pecho, cruzando la calle. Al revivir la escena y aunque entonces tenía tres años, recordé todos los detalles mientras él corría conmigo envuelta en una manta. Sentí la energía del miedo que le irradiaba del pecho mientras él saltaba jadeante por encima de las huellas endurecidas que un coche había dejado en el barro seco de la calle de tierra. Recordé los estallidos de las bombas en el cuartel cercano, y sin embargo, como protección ante aquel miedo, escondí en otro archivo más recóndito las palabras que había oído en aquel momento. Con la ayuda del facilitador de aquel taller fui capaz de procesar la información de otra forma y cuando finalmente recordé lo que ese hombre desesperado decía para sí, por lo bajo, tan bajo que sólo él y yo lo oíamos, eliminé el trauma que aquel hecho me había causado durante más de cincuenta de años.  Era una frase sencilla, algo que se puede decir en diferentes ocasiones y por muchos motivos. ¿Adivináis cuál? Exacto, es el título de esta entrada: 


Hasta aquel momento, cada vez que oía la frase que yo no recordaba pero que estaba allí de todos modos, escondida en algún vericueto de mi mente, me daba una extraña lasitud, sentía que me hundía, que perdía la energía, era algo terrible que me hacía sentir físicamente mal, hueca, vacía. Y aquello sucedía tanto si yo decía la frase como si la pronunciaba alguien más. 


Lo bueno es que me quedó la sensación de que por algún motivo ese hecho me había marcado y aproveché aquel taller para proponerle al facilitador trabajarlo y deshacerme de aquello que durante años me había afectado. 

¿Cuántos otros hechos de nuestra vida estarán allí, escondidos, condicionando nuestras acciones presentes, haciendo que reaccionemos inadecuadamente al ahora, con esa carga del pasado? 

¿Cuántas veces alargaremos la mano a la patata frita o al bombón para rellenar con ellas ese hueco, ese vacío interno que nada tiene que ver con el hambre?


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